Todas las miradas buscan a la montaña que hace de brújula. Todos los presagios se anuncian en forma de sirena, lluvia o gritos. Las profecías parece que llegaron tarde a Caracas, como si lo peor hubiera pasado, pero también como si el golpe definitivo, único, mortal, se acercara. Ciudad de ranchos, quintas, edificios y centros comerciales. Ciudad de sequía, incendios, calima y aguaceros. Ciudad de inflación, tráfico, desorden y malandros.
“A 25 el paraguas, a 25 el paraguas. Cincuenta años de garantía”, pregona el vendedor a la salida del metro. Empieza la llovizna y quienes emergen de las estaciones subterráneas corren. “¡Qué vaina con esta lluvia!”, se queja un señor que viste pantalón marrón y camisa blanca. “¡Muévela chamo que nos jodemos!”, dice un tipo de corbata a su amigo de oficina, también de corbata. “Bueno esperaremos que escampe”, comenta para sí una mujer con sandalias, una que busca la complicidad de quienes la acompañan bajo techo, de los peatones detenidos por la lluvia, de sus compañeros de infortunio.
Cincuenta años de garantía para un paraguas, objeto que competirá en diciembre con las gaitas, el pan de jamón, los triquitraquis, las hallacas, los cohetones y los cochinos que piden aguinaldo. Pienso en los cincuenta años, pero en los que atravesó Caracas desde 1960. Las cinco décadas que vieron crecer sin control a una ciudad que soportó intentos de golpe de Estado, un terremoto, rumores de olas que cubrirían El Ávila, disturbios, protestas, marchas, disparos, muertes. Una ciudad que trató de sortear devaluaciones de la moneda, escasez de alimentos, buhoneros, campañas electorales, enfrentamientos de bandas, toques de queda y balas perdidas.
“¡Coño lo que falta en esta vaina es que caiga nieve!” dice un motorizado que detiene su marcha. El vendedor de paraguas, el señor de pantalón marrón, los tipos de corbata, la mujer de sandalias y yo miramos hacia el cielo. Buscamos El Ávila, buscamos el norte.
“A 25 el paraguas, a 25 el paraguas. Cincuenta años de garantía”, pregona el vendedor a la salida del metro. Empieza la llovizna y quienes emergen de las estaciones subterráneas corren. “¡Qué vaina con esta lluvia!”, se queja un señor que viste pantalón marrón y camisa blanca. “¡Muévela chamo que nos jodemos!”, dice un tipo de corbata a su amigo de oficina, también de corbata. “Bueno esperaremos que escampe”, comenta para sí una mujer con sandalias, una que busca la complicidad de quienes la acompañan bajo techo, de los peatones detenidos por la lluvia, de sus compañeros de infortunio.
Cincuenta años de garantía para un paraguas, objeto que competirá en diciembre con las gaitas, el pan de jamón, los triquitraquis, las hallacas, los cohetones y los cochinos que piden aguinaldo. Pienso en los cincuenta años, pero en los que atravesó Caracas desde 1960. Las cinco décadas que vieron crecer sin control a una ciudad que soportó intentos de golpe de Estado, un terremoto, rumores de olas que cubrirían El Ávila, disturbios, protestas, marchas, disparos, muertes. Una ciudad que trató de sortear devaluaciones de la moneda, escasez de alimentos, buhoneros, campañas electorales, enfrentamientos de bandas, toques de queda y balas perdidas.
“¡Coño lo que falta en esta vaina es que caiga nieve!” dice un motorizado que detiene su marcha. El vendedor de paraguas, el señor de pantalón marrón, los tipos de corbata, la mujer de sandalias y yo miramos hacia el cielo. Buscamos El Ávila, buscamos el norte.
Buscamos el norte... y no lo encontramos.
ResponderEliminarAsí es Maruja, buscamos y no encontramos, pero seguimos intentado, eso siempre. Un abrazo para ti y los tuyos. Gracias por comentar.
ResponderEliminarPor quienes buscamos el norte sin agarrar las maletas...
ResponderEliminarSí Yohana, sin agarrar maletas. Un abrazo y gracias por escribir. Hoy ha sido el día menos nublado de Caracas en los primeros seis días de diciembre.
ResponderEliminarbuen comienzo, tremendo,y el ritmo a lo manhattan transfer, gracias Douglas por ese momento de caos caraqueño buscando el orden que sólo puede dar el silencio del ávila
ResponderEliminarGracias María Antonieta por el comentario. Lo del ritmo a lo John Dos Passos es un halago, pero también un guiño. La ciudad es hostil, quizás Jimmy Herf no hubiera podido sobrevivir aquí tampoco. El Ávila es nuestro talismán y refugio.
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