Publicado en El Cautivo en noviembre de 2007
La casa no está hecha sólo por el techo y sus paredes, no es exclusivamente un lugar para descansar y tomar alimento. La casa se convierte en búsqueda, es donde mejor se muestran y ocultan las historias. Los secretos también la habitan, se mantienen a oscuras, con miedo a la chispa, a la llama, a la luz que pueda destruir su interior.
En Pirómana, selección de poemas del colombiano Rafael del Castillo Matamoros editado por el grupo editorial Eclepsidra (Caracas: 2002), las llamas no son amenazas, sino resguardo del pasado. El calor proviene de un estado del alma, el cuerpo es también una casa, y sus espacios no están vacíos.
Pienso
que tal vez
sin darme cuenta
estoy preso en uno de los cofres de la casa
que soy algo más de lo que guarda como recuerdo de sus viajes
algo que saca de cuando en cuando de su encierro
algo que mira
que acaricia como a un gato
algo que un día se perderá entre tantas cajas
entre tantos papeles
entre tantos objetos que el olvido va adoptando
entre tanto cadáver
Poemas de distintas épocas y libros se recogen en esta muestra. Desde Canción desnuda (1985) hasta Animal de baldío (1999) acompañado de versos que no habían sido editados anteriormente. Del Castillo Matamoros persiste en la búsqueda de un discurso que reivindique la fragilidad de toda estructura, de todo lo que se ha construido para servir de morada. Desde nuestra casa primigenia que es el cuerpo, hasta esa formada por las columnas de la nostalgia.
Todas las noches llueve sobre mi casa
allá en la infancia
y yo me asomo en la ventana:
un ebrio canta en la calle como un loco
el poema de amor del extraviado
Mi madre
al descubrir quién es aquel que canta,
me abraza y llora
en silencio
allá en la infancia…
Toda familia también es una casa, somos parte de ella, creemos saber el lugar que ocupamos, pero la única certeza es la persistencia de su recuerdo. Siempre retornando al descubrimiento de nuevas habitaciones, explorando cada rincón de la protección o el desamparo, buscando las enseñanzas de los ancestros, de los que edificaron la primera de sus bases.
…Y cuánto no querrías estar siempre en familia
justo allí donde nadie desconfía de ti
lejos de cualquier tropiezo o revés
en pantuflas el verbo
y tú mismo en pantuflas
o pintando paredes
o subido en el techo
tratando de curar
ensimismado
los desagües, la tubería oxidada, las goteras
y todo lo quebrado
y los desaires
Los amigos, esa familia elegida en el camino, esa que descubrimos en las calles y llevamos a nuestra casa también forman parte de la búsqueda. Los afectos a los que visitamos para estar en sus espacios y compartir y celebrar el encuentro, para escuchar al otro, en sus silencios y estridencias. Cada mirada a ellos nos sirve para corroborar la afinidad, el entusiasmo y la pertenencia.
Como cuando nuestros amigos nos invitan a sus casas
y cantamos y bailamos y reímos con ellos
tal y como si estuviéramos en nuestra propia casa
para después de todo
sorprendernos de nuevo en la calle
perdidos
como en una casa
El cuerpo del ser amado es una morada. En los poemas de Pirómana la pequeña partícula encendida por una mujer salta de la lumbre para provocar incendios incontrolables. El erotismo no sólo es escape, sino también condena.
Yo pido a una mujer que trace el verso
que nunca ha escrito Dios
y que me salve…
Los poemas de Del Castillo Matamoros forman un camino que conduce al refugio. Un desplazamiento entre paredes, habitaciones y pasillos del espíritu. El viaje aquí es interior, una revisión de los pasos emprendidos hacia derroteros cercanos, esos que están allí en nuestra cotidianidad, cada día es una casa; cada segundo, una habitación.
Soy el hombre muy solo
aquel que enciende fuego
en un rincón del cuarto
y se aleja a la esquina contraria
a observarlo en cuclillas
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