Con su pregonar en esta parte


En la calle Colombia de Catia el pregón todavía existe. "El toallín a mil ¡lleva tu toallín!", mientras el señor camina y saluda a sus compañeros. "¡Dos patillas a tres mil bolívares!¡Directamente del campo!" desde el altavoz de La Leyenda, camión que pasa repleto de la fruta. "El ajo a dos mil el kilo ¡aproveche que es sólo por hoy!", se escucha la voz desde el altoparlante de otro camión estacionado. Hay vendedores que no pregonan su mercancía, pero recorren la calle varias veces como el muchacho que arrastra su carrito de arepas con trozos de queso. 
En uno de los puestos de buhoneros "clásicos" se encuentra desde un disco "quemao" de vallenato hasta el reguetón más reciente, colocados sobre un tablón donde también hay copas, sacagrapas, talco para los pies, rollos de cámara, loción para bebes y trampas para ratones, entre otra decena de objetos. Pero no sólo hay buhoneros vende todo, también están los especializados: de sostenes y pantaletas, de bombillos, medias, celulares, jabón en bolsita, controles para televisores y aceites para carro, aunque el más cotizado es el puesto de artículos de ferretería, donde además de tornillos, tuercas, pocetas y lavamanos, hay un par de chapaletas.
En la calle Colombia, los buhoneros tienen su día de parada –los miércoles–, aunque algunos salen a vender con su tarantín pegado a la pared y con menos mercancía de lo habitual. Al parecer, en este espacio fue donde se originó el comercio informal caraqueño como lo conocemos hoy en día, aunque no podemos obviar que nuestra ciudad ha tenido vendedores ambulantes desde comienzos del siglo pasado. Lo cierto es que ahora el buhonero con más tiempo allí tiene siete años, los más antiguos o abandonaron el oficio o se desplazaron hacia otros puntos de la ciudad.
Este texto fue publicado en el semanario EnCaracas en junio de 2005.

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